Un día cualquiera, laboral, en un mes casi
cualquiera, julio por ejemplo. Suena el teléfono:
- Informática, buenos días
- Pedro (tienen mi extensión anotada en el
post-it de turno) tengo un correo que me da “mal rollo”, que pone
cosas raras y no entiendo qué dice ni si es para nosotros…
- ¡Tate quieta! No hagas nada que voy en un
momento…
Dicho y hecho: al ordenador de marras a ver qué
es lo que ha llegado al correo y que ha disparado las alarmas del
usuario.
Y era lo que se podía esperar: un correo
electrónico de un remitente desconocido con un mensaje redactado en
un español “de traductor malo” urgiendo a resolver un problema
con una entrega de mercancías y aduanas de por medio, acompañado
por un adjunto en ¿.pdf?
No pintaba bien.